miércoles, 30 de enero de 2013

LONGHORNS ( cornilargos)- TEXANOS DE PURA CEPA




















Los Texas longhorn o longhorn , el celebre cornilargo es una raza de ganado vacuno originaria del estado de Texas se dice que debe su origen al cruce de las razas retinta y blanca española y alguna otra raza traida por los colonizadores españoles y posteriormente asilvestrada , dando origen a un homogeneo estereotipo de vaca salvaje de enorme cornamenta (de ahí su nombre) que en ocasiones alcanza los dos metros de punta a punta.
Su numero prosperó en las decadas de 1860 y 1870 debido a la paulatina desaparicion del bisonte americano (búfalo) y al asentamiento de colonos en las praderas.




El origen de la raza longhorn autóctona de Texas se remonta a los primeros años del siglo XVI,cuando los conquistadores españoles introdujeron en sus dominios norteamericanos ganado ibérico, que dejado en libertad, abandonado o extraviado, se reprodujo en gran número y pronto se convirtió en salvaje. En el medio natural, se hizo más fuerte, aumentó y fortaleció su esqueleto, se estilizó y se hizo más veloz. Sus largas patas y sus puntiagudos cuernos se convirtieron en poderosas armas defensivas. También desarrolló un temperamento fiero y una maliciosa inteligencia. Y acabó siendo un animal bovino de lomo plano, mal genio, peso medio entre 500 y 1.000 kilos y cuernos inconfundiblemente largos y astifinos, con puntas separadas hasta dos metros; un animal fuerte e independiente que, como dijera el pionero Charles Goodnight “afrontaba, con los cuernos por delante, el calor y la sequedad de los desiertos más desolados e inspiraba un miedo saludable a lobos, jaguares y osos” esto no era del todo cierto a pesar del relato romantico de Charles Goodnight , frecuentemente estos cornilargos eran la comida de manadas de lobos o algun otro depredador , lo que pasa que la gran cantidad de ganado en estado salvaje y la continua caceria por parte de granjeros y colonos sobre depredadores , hizo que este tipo de reses asilvestradas no viera mermada su cantidad.




Su pelaje era muy variable, yendo desde el negro al beige, pasando por elgris oscuro o el marrón rojizo o azulado, con un dibujo manchado, tordo, moteado, rayado, liso, bicolor o multicolor.
Su mayor desventaja residía en la relativa calidadde su carne magra, fibrosa, dura y aun así, mejor que la del vacuno criollo. A cambio, sus mayores ventajas eran su perfecta adaptación a un difícil hábitat y que era aprovechable casi sin costes, excepto los pocos que supusieran su recogida y traslado al mercado.
En aquel hábitat, el cornilargo no tenía muchos enemigos naturales. Los nativos no le cazaban pues no apreciaban su carne y para ellos tenían mucha más utilidad el búfalo (al menos mientras tuvieron búfalos , luego serian ellos los primeros en robar ganado) del que utilizaban muchas otras partes y cuya piel era más adecuada al frío que el pelado cuero bovino. Los lobos que seguían a las manadas de búfalos itinerantes permanecieron siempre casi indiferentes ante estos bovidos que deambulaban cerca de los humanos y si acaso, precavidos ante el huraño y a menudo mortal longhorn tejano. El vaquero mexicano y luego el cowboy tejano la admiraban y temían a partes iguales porque les hacía frente. Un toro viejo y enfadado, al verse lazado, era capaz de partir dos cuerdas trabadas a sus cuernos solo con una torsión de cabeza. Cuando un cowboy definía a un semental como “manso”, lo que quería decir es que se había acostumbrado a la visión de un hombre a caballo, pero eso no quería decir, ni mucho menos, que se le pudiera considerar domado. En cuanto a posibles consumidores, la mayoría de los no indígenas no terminaron nunca de acostumbrase a la carne de búfalo, pero sí cada vez más a la de vacuno.


El longhorn se consideraba maduro a los diez años, cuando alcanzaba un peso medio de unos 600 kilos y necesitaba para alimentarse unas 4 hectáreas de buena hierba al año, 15 si el terreno era árido y cubierto de maleza, y en Texas había millones de hectáreas de pasto utilizables que, dada la decadencia de las manadas de búfalos, se convirtieron en su forraje idóneo. En las ricas praderas tejanas, la vaca podía llegar a tener 12 terneros en toda su vida, lo que aseguraba una suficiente renovación como para atender al creciente mercado.

En realidad, la iniciativa de sacar rentabilidad ganadera a estos animales no era ni mucho menos nueva cuando fue emprendida por los tejanos. Fue más bien un empeño que floreció en México mucho antes de que el primero de los aventureros estadounidenses apareciera por los campos tejanos. El negocio ganadero mexicano provenía de las enseñanzas de los colonizadores españoles del siglo XVII y estaba ya bien desarrollado al sur del río Grande cuando los primeros gringos llegaron a Texas y rápidamente, ganaron terreno a sus vecinos. En ese contexto, los hombres que atendían los ranchos mexicanos, los
vaqueros, fueron los primeros cowboys del Oeste.



En las amplias y desconocidas llanuras herbáceas del país originario del longhorn, norte de México y Texas, se criaban solas, en estado salvaje o semisalvaje, innumerables manadas bajo un curioso, relajado y ambiguo sistema de propiedad. Como el resto de la fauna de esas calurosas tierras, aquel ganado de llamativos y peligrosos cuernos puntiagudos era sobrio, huraño, se alimentaba de hierbas silvestres y por instinto, sabía encontrar por sí solo manantiales donde abrevar
Por tanto, sin grandes enemigos a la vista y perfectamente adecuado al medio, el longhorn prosperó de una manera asombrosa, formando inmensas manadas de cientos de miles de ejemplares. Pero, de momento, aquellas inmensas manadas tenían poco o ningún valor mercantil. En Texas, en la primera mitad del
siglo XIX, quien quería carne de buey, mataba y cocinaba uno; quien quería cuero de vaca, mataba y desollaba una; el que necesitaba un buey como animal de carga o tiro, lo domesticaba (si podía). Aparte de esos usos locales y discrecionales, el ganado vacuno tejano no tenía valor comercial apreciable y seguiría sin tenerlo al menos hasta que se encontrase la forma de llevarlo hasta los lejanos lugares donde su carne  tenía una creciente demanda.




El nuevo gobierno lo declaró propiedad pública, aunque en la práctica eso tampoco significó gran cosa, pues la verdad es que nadie se preocupaba en absoluto de aquellos ariscos, peligrosos e inútiles animales.
Mexicanos y bandidos de toda procedencia robaban cuantos animales deseaban. Los tejanos comenzaron a marcarlos, pero no pasaron de ahí, pues inmediatamente después los soltaban a su antojo, sin preocuparse más de ellos

En todo caso, tampoco daban muchos problemas ni exigían grandes cuidados. La mayor parte pastaba en total libertad en las praderas sin dueño y solía acudir a los mismos abrevaderos con una frecuencia más o menos regular. Eso lo sabían bien los tejanos y allí acudían si deseaban capturarlos, marcarlos o controlarlos de algún otro modo. Tales hábitos fijos hacían innecesario que sus propietarios adquiriesen grandes fincas en que mantener y criar a sus animales. Prácticamente, los animales se cuidaban solos. Bastaba con asegurarles el libre acceso a los abrevaderos naturales en que satisfacían su sed. Eso era todo; eso daba al propietario todos los títulos y derechos de propiedad que necesitaba.



La cabaña de cada propietario se incrementaba, además, de forma natural gracias a los instintos maternales de las vacas y a la dependencia de sus madres de los terneros. La costumbre imponía que todos los terneros pertenecían al dueño de la madre. Así que, cada temporada, cuando el ranchero de la vieja escuela
veía a su manada de vacas con sus terneros en sus abrevaderos habituales, sabía que todos ellos eran de su propiedad o, al menos, que los tomaría y los trataría como tales.
Sin embargo, tal derecho de propiedad era muy discutible y volátil: era necesario asegurarlo ante terceros mediante algún procedimiento objetivo. A ese fin, hacía ya mucho que los mexicanos y por tanto, los tejanos después, seguían la costumbre española de imprimir de modo indeleble sobre la piel del animal la
marca del propietario. Hecho esto, allá donde fuese la res, todos podrían identificar fácilmente quién era su dueño y, por tanto, respetar su propiedad.
Para manejar a este ganado tan poco manso, los tejanos disponían en abundancia de unos pequeños y resistentes caballos, también como las reses, de sangre española, que los conquistadores habían introducido en el Nuevo Mundo y que desde entonces, habían ido extendiéndose por todas las llanuras norteamericanas,
donde los indios, que antiguamente usaban perros como animales de tiro, se servían ahora del que ellos llamaban “perro-alce”. Sin estos caballos, ni sus derivados, capaces de sobrevivir en un hábitat seco y caluroso, no hubiera sido posible que surgiera ni que se hubiera mantenido la industria ganadera.



Con esos rudimentos fue formándose una primitiva industria ganadera, a la que no se terminaba de encontrar mercado, a no ser el local, pero que, de hecho, existía y prosperaba a buen ritmo cuando Texas se convirtió primero en república independiente y después, en un estado más de la Unión. Ya entonces era sagrado el principio de que la vaca de un hombre era su vaca y su marca, su título de propiedad, por definición, inviolable. A partir de un concepto tan sencillo y claro, casi todo lo demás se siguió de un modo lógico. Aun así, todo se comenzó a complicar a medida que el número de propietarios y de animales fueron aumentando a la vez. Las marcas, cuando existían, se confundían unas con otras. Era un sistema ingenioso pero confuso; parecía necesario, aunque aún no urgente, ponerlo al día. El ganado, con sus marcas de propiedad grabadas al hierro candente en sus lomos, con independencia de todas las precauciones, comenzó a mezclarse en las heterogéneas manadas semisalvajes a medida que los colonos fueron cada vez más numerosos. Dada su mezcolanza, se hizo necesario llevar a cabo al menos una gran reunión anual, el llamado “rodeo de primavera”, que permitiese su control y la adjudicación de los terneros sin marcar. Ésta y el resto de las viejas prácticas de la industria ganadera eran ya antiguas también en los prados tejanos cuando los colonos estadounidenses llegaron. La industria ganadera, aunque vivía todavía su primera infancia y se la suponía un futuro modesto, se había ido desarrollando desde mucho antes de que Texas se convirtiera en república independiente.





Con la aparición del alambre de púa y el cercamiento del terreno, la raza fue perdiendo popularidad hasta casi desaparecer en la década de 1920. Solo una pequeña manada logró sobrevivir en Oklahoma por iniciativa del Servicio Forestal de los Estados Unidos.
Algunos rancheros de Texas manifestaron su interés en mantener la raza por su interés histórico y comenzaron a criarla en su estado, de allí su nombre Texas longhorn, aunque su nombre original era solamente longhorn.


http://es.wikipedia.org
Breve Historia de los Cowboys-Gregorio Doval Huecas

2 comentarios:

Anaconda dijo...

Descendientes de la vaca retinta andaluza, la cual engorda en nuestros pastos jandeños y de la que se consiguen estofados y filetes exquisitos. Los cornilargos americanos fruto del tránsito de productos del viejo y nuevo continente. Os invito a venir por La Janda y degustar los ricos platos de la "Ruta del retinto".

Anónimo dijo...

Me ha gustado mucho este tema y refleja de una manera clara la influencia española, tantas veces olvidada, en la historia de los Estados Unidos. No hay que olvidar que el territorio español llamado California era una inmensa extensión que no supimos valorar.