Las Grandes Praderas de Estados Unidos se extendían originalmente desde Illinois hasta las Montañas Rocosas y desde el norte de Texas hasta la mitad de Manitoba, y asombró a los primeros pioneros. Muchos no pudieron sentirse cómodos en su inmensidad por falta de puntos de referencia visibles, y pocos pudieron resistirse a usar la metáfora del “mar de hierba”.
La Ley de Homestead de 1862 otorgó 160 acres de tierra en las Grandes Praderas a cualquiera que pudiera soportar las duras condiciones de vida y el aislamiento extremo durante cinco años. Los europeos, que habían estado viviendo en pequeños pisos en ciudades superpobladas del este, acudieron al oeste en busca de la oportunidad de poseer tierras.
Emocionados por los espacios abiertos, instalaron sus cabañas lo más lejos que pudieron de su vecino más cercano. La decisión de hacerlo tuvo un costo terrible, especialmente en las mujeres. La mayoría de estos colonos procedían de pequeñas aldeas con un gran sentido de comunidad. Los largos inviernos en la pradera hacían que viajar fuera imposible y después de meses de aislamiento, los hombres y mujeres a menudo sufrían la llamada "Fiebre o Locura de la Pradera", un colapso mental causado por ese aislamiento, y que puso fin a los sueños de muchos colonos.
Los casos de locura en las praderas disminuyeron cuando los colonos comenzaron a construir sus cabañas cerca de otros propietarios. Cuando los vecinos ayudaron a los vecinos a resistir las duras condiciones del oeste, creció un sentido de comunidad y la tierra solitaria ya no era tan intolerable.
Este mal era mas frecuente entre la población femenina del Lejano Oeste asentada en terrenos aún inhóspitos y en muchos casos debido a la extrema soledad acababa en enajenación mental. Puesto que, las mujeres partieron hacia el lejano Oeste con o sin sus maridos, para tomar parte en el gran sueño americano, se alojaron en diminutas cabañas o en tiendas de campaña con el suelo de tierra, salieron adelante con muy poco y prosperaron.
Muchas de ellas relataron su experiencia en cartas y en diarios, incluyendo a la valerosa Angeline Ashley, que narraba: “Escribía sobre mi regazo con el viento agitando el carromato”. Entre 1841 y 1866, ella fue una de las 350.000 personas, en su mayoría jóvenes de entre 16 y 35 años, que se dirigieron hacia aquel territorio a bordo de una carreta. Algunas llegaron a recorrer 4.000 tortuosos kms desde el río Missouri hasta Oregón, California o también se quedaban en el camino en cualquier lugar de las Grandes Praderas, muchas mujeres no querían separarse de sus familias, conscientes de que posiblemente nunca más las volverían a ver y les acompañaron en la empresa. Otras se lanzaron al reto solas: “Me embargó el espíritu de la aventura y un deseo de ver todo aquello que era nuevo y extraño”, escribió Miriam Thompson, apenas una adolescente. A mitad de camino, ella y sus compañeras de viaje recibieron una preocupante advertencia: “Un hombre nos dio la "consoladora información" de que los indios nos matarían antes de llegar a Oregón” pero, según cuenta, encontraron a los indios y no paso nada, de hecho, intercambiaban con ellos telas de algodón blanco por alimentos: salmón, trucha de montaña y carne de búfalo. Una vez en el destino deseado también tenían que hacer frente a varias enfermedades como el tifus, cólera, viruela, en algunos de los casos porque pese a que el Salvaje Oeste fue colonizado mayormente por los hombres , las mujeres desempeñaron un papel importantísimo en la epopeya.
La causa se atribuía comúnmente al aislamiento entre los hogares y los asentamientos. Sin embargo, los relatos históricos de finales del siglo XIX también especifican el sonido de los vientos en la llanura como catalizador. Varias condiciones, como la hiperacusia aguda, pueden aumentar la sensibilidad a los sonidos ambientales. Estas condiciones pueden resultar de un alto estrés y se sabe que causan un comportamiento con los mismos síntomas de la fiebre de la pradera, depresión, insomnio, dejadez y comportamiento violento.
Los periodos de lluvia en la pradera también influían muchísimo en el camino hacia la fiebre de las praderas, mucho tiempo dentro de una cabaña en medio de la nada escuchando la pertinente lluvia un dia y otro podía afectar muy gravemente a la cabeza, el llanto, la vestimenta descuidada y el alejamiento de las interacciones sociales eran efectos de la fiebre de la pradera.
Conviene tener en cuenta que dejar a las mujeres en casa era típico de nuestra cultura hasta bien entrado el siglo XX y se consideraba una necesidad en la mayoría de las iniciativas pioneras en Estados Unidos.
Considere la vida de Rebecca Boone, cuyo famoso esposo (Daniel Boone) la dejó durante cuatro años para luchar contra los indios, y sin duda durante períodos más cortos pero prolongados para cazar y comerciar. Rebecca tuvo cinco hijos, se hizo cargo de seis nietos y se sabía que tenía los siguientes trabajos: partera comunitaria , médico de familia, curtidora de cuero, francotiradora y costurera. ¡Era una mujer! Sin embargo, no existe una imagen de Rebecca, mucho menos un diario que nos haga saber cómo se sintió estar en una pequeña cabaña en el bosque con una gran cantidad de niños y bebés, llamada a defenderse a sí misma y a sus hijos de cualquier tipo de intruso. y curar las dolencias de todos.
Entonces, con Rebecca como ejemplo, podemos decir, que si la locura no la alcanzaba, una mujer de la pradera podría resultar ingeniosa, valiente y muy hábil en sus circunstancias aisladas, de lo contrario el destino era la fiebre de las Praderas.
Una amenaza adicional para las mujeres, fue el parto, no era raro que una mujer diera a luz a un niño por completo sin la ayuda de otro adulto, y es un hecho bien conocido que los bebés frecuentemente morían a las pocas horas o días del parto, y algunas mujeres también.
Un historiador señaló que "en 1875 en Leavenworth, Kansas, casi el cincuenta por ciento de los 354 entierros eran de bebés y niños". Por supuesto, los hombres podían intentar ayudar, temerosos no solo por la pérdida de un nuevo hijo, sino también por la pérdida de una esposa y ayudante. Pero posponer un viaje podría ser simplemente imposible y, además, la fecha límite nunca era segura, y menos aún en el siglo XIX. Además, muchos hombres en ese momento consideraban que el parto era competencia de las mujeres, y sus esposas no habrían deseado que un hombre les brindara ayuda.
Se puede imaginar pocos escenarios tan aterradores y deprimentes como soportar un parto sin la posibilidad de ninguna asistencia, y total, completa y absolutamente sola, en una casita de madera en medio de un terreno sin rostro y sin personas. Agregue a eso la cruda posibilidad de enterrar a un bebé recién nacido sin ceremonia en lo que debería parecer una tierra extraña.
Un dilema psicológico al que se enfrentaron las mujeres fue la comparación de sus cabañas en las Grandes Llanuras con sus vidas en los pueblos o ciudades de donde provenían. En los primeros años de las Homestead, antes de que los ferrocarriles hubieran creado rutas y creado pueblos a lo largo de las líneas, la gente sufría por la falta de iglesias, ayuntamientos, mercados y otros lugares sencillos de reunión social. El requisito de las leyes era "probar" reclamaciones de un tamaño mínimo de 160 acres, y aunque el hambre de tierras fue sin duda el motor principal para desarraigar a los habitantes de las ciudades y enviarlos al oeste, el tamaño de las reclamaciones de tierras dictaba que las viviendas estarían lejos las unas de las otras, además el "transporte" a menudo era a pie, muchas veces, al menos en los primeros momentos del asentamiento no se disponía ni tan siquiera de un caballo o mula, si querías visitar una granja cercana era cuestión de un viaje de varios días.
La Fiebre de las Praderas afecto muchísimo mas a mujeres que a hombres, aunque los hombres tenían tareas mas duras, eran al mismo tiempo mas entretenidas y los mantenían mas distraídos, la mujer tenia también las duras tareas de la granja, pero siempre estaban enclaustradas en sus propias granjas cuidando hijos y animales, no salían de esa cárcel en ese "Mar de Hierbas"
La vida en las Grandes Praderas no era fácil, la soledad, el clima, la falta de comodidades y el abastecimiento , además de problemas con los nativos americanos y animales, era una prueba muy difícil, muchas personas simplemente no pudieron arreglárselas y regresaron a algún lugar, donde fuera, destrozadas y disgustadas pero muchos colonos no tenían "billete" de regreso, ninguna salida más que la aceptación ... o la locura y muchos de los que aguantaron sufrieron las consecuencias de la "Fiebre de las Praderas"
https://www.myflr.org/
https://core.tdar.org/
https://visittheprairie.com/
https://www.homestead.org/
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